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Σα βγεις στον πηγαιμό για την Ιθάκη
να εύχεσαι νάναι μακρύς ο δρόμος.

Cuando salgas de viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo.

Cavafis nos ayudó a comprender que las Ítacas no son un punto concreto en el mapa, sino el motivo que nos impulsa a emprender el viaje, a embarcarnos en la maravillosa aventura del conocimiento, aquello que, en definitiva, da sentido a nuestra trayectoria vital. Sin embargo, junto a esa Ítaca poética existe otra Ítaca real en medio del mar Jónico, que ejerce una poderosa atracción sobre todos aquellos a los que nos han seducido las aventuras del astuto Odiseo. Después de varios viajes a Grecia, recientemente he cumplido con el viejo sueño de viajar a Ítaca. Más que un viaje, una peregrinación espiritual, inspirado por los versos de Cavafis y con la compañía del viejo ejemplar de la Odisea en el que leí por primera vez a Homero.


No resulta fácil llegar a Ítaca. En esta época del año la isla sólo está comunicada por barco con el pequeño puerto de Ástaco en el continente y con la vecina isla de Cefalonia. La forma más rápida de llegar es tomar un avión al aeropuerto de Argostoli, en Cefalonia, y desde allí dirigirse al puerto de Sami para coger el barco que lo comunica con Ítaca. Pero, siguiendo el consejo de Cavafis, he querido que mi viaje fuera largo para despertar en lugares vistos por primera vez o demorarme en otros visitados hace tiempo.
Mi primera parada ha sido Atenas donde tenía una cita pendiente con el nuevo museo de la Acrópolis, ya que en mis últimos viajes a Grecia había pasado sólo unas horas en la capital. Ahora he tenido ocasión de reencontrarme con viejos conocidos, como el moscóforo, las kores de la Acrópolis o el efebo rubio, en un espacio amplio y luminoso, teniendo siempre a la vista la roca sagrada de la que proceden.



Estando en Atenas resulta difícil resistirse a la tentación de subir de nuevo a la Acrópolis y pasear después por las calles de Plaka o la menos frecuentada Anafiótika, donde uno se transporta de repente a un pueblecito de las Cícladas.




Al día siguiente toca emprender el camino hacia el oeste atravesando Beocia. Nos detenemos a contemplar, junto a la llanura que ocupó en otro tiempo el lago Copais, los muros de la fortaleza micénica de Gla y las ruinas aún visibles de la antigua Orcómeno. El guardia del recinto nos abre la verja. Entre viejas lápidas con inscripciones y relieves juega su nieta, de vacaciones escolares. Somos los únicos visitantes y es probable que no venga nadie en todo el día. Aquí excavó Schliemann la monumental tumba micénica del tesoro de los Minias, cuyas dimensiones siguen sorprendiendo a pesar del tiempo transcurrido.



En la cámara contigua a la sala principal se conserva todavía el techo decorado con motivos vegetales y geométricos.


No lejos de la tumba micénica, utilizada en época clásica como lugar de culto, se encuentran los restos del teatro del siglo IV a.C.


Proseguimos la ruta remontando el valle del Cefiso para dirigirnos a Queronea, una pequeña localidad con cuidados jardines repletos de flores en este inicio de primavera. Cada cierto tiempo su tranquilidad se ve interrumpida por los camiones que atraviesan a toda velocidad la carretera que divide en dos el pueblo. Y es que, aunque la ruta principal circula más al norte, junto a la costa, esta ha sido siempre una importante vía de comunicación con la Grecia septentrional. Aquí se presentó en el 338 a.C. Filipo de Macedonia para liquidar la autonomía de las polis griegas en una batalla que marcaría el curso del mundo antiguo. Su hijo Alejandro dio su primera lección de estrategia dirigiendo la caballería macedonia, que resultaría decisiva para la victoria. Siglos después Lord Byron visitó Queronea y vio la cabeza colosal de un león de piedra entre otros restos antiguos. Excavaciones posteriores sacarían a la luz nuevos fragmentos que han permitido reconstruir el monumento con el que los tebanos honraron a sus caídos en la batalla.



Queronea también es célebre por haber sido la patria de uno de los más prolíficos escritores antiguos. Un pequeño busto en un parque junto a la escuela recuerda a su ciudadano más ilustre.


En las afueras del pueblo, en medio de un olivar, se pueden contemplar las ruinas de su antiguo teatro, excavado en la dura roca de la montaña.



Desde aquí resultan impresionantes las vistas del macizo del Parnaso, cubierto de nieve, que se eleva sobre la llanura.


Hacia allí dirigimos nuestros pasos siguiendo una carretera que serpentea por la ladera y en unos kilómetros nos traslada a un paisaje alpino. Buscamos las huellas de Apolo y las Musas que, según creían los antiguos, habitaban en la cumbre. Poco a poco la nieve va salpicando de blanco la montaña. Finalmente, tras una curva, la carretera termina en un amplio aparcamiento y en lugar de ver a Apolo dirigiendo el coro de las Musas nos encontramos con los remontes de una estación de esquí.




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Publicado por Blogger para ΔΙΔΑΣΚΑΛΟΣ el 5/06/2017 03:28:00 p. m.
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