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Posted on 0:33:00 by Frikilologos UCM and filed under
Imagino que mucho se ha dicho ya sobre la famosa reforma que el ministro Wert pretende hacer en los estudios universitarios. Entre todas las cosas que ha comentado, retumba en mi mente esa idea suya de eliminar las carreras que no lleguen a un mínimo concreto de alumnos por clase.

Es evidente que hay muchas cosas que reformar en la universidad española, pero la imposición de un mínimo de alumnos puede suponer la muerte de determinadas carreras de Letras, especialmente la de filologías como la mía, la Clásica. Estamos, desde luego, ante un panorama bastante desalentador.

Hay una lectura que en los últimos meses se ha convertido en una pieza fundamental en mis conversaciones, un libro al que vuelvo de continuo, releyendo fragmentos, reflexionando sobre ellos. Estoy hablando de Adiós a la universidad, del catedrático Jordi Llovet, editada por Galaxia Gutenberg. Vuelvo esta noche una vez más a ella para dejar aquí constancia de uno de sus párrafos que mejor explican lo que muchos queremos explicar (y no sabemos expresar con palabras) sobre la situación actual de nuestros estudios.

"Las relaciones entre la institución universitaria y la sociedad deben ser consideradas en un sentido doble: la universidad debe proporcionar a la sociedad los profesionales que esta necesita para la buena marcha de muchos niveles de su funcionamiento y de la vida cotidiana (economistas, abogados, médicos, farmacéuticos, físicos y químicos, arquitectos e ingenieros), y la sociedad debe proteger y promocionar la formación de todos los estudiantes, tanto los de aquellos grados que presentan una clara inserción en el campo sociolaboral, como los de aquellos que pertenecen a terrenos que escapan a toda, o casi toda, inserción pragmático-lucrativa en la sociedad (maestros, profesores de todo tipo, filósofos y pensadores, eruditos, críticos literarios, supervisores de ediciones, artistas, músicos, dramaturgos, etcétera). Se ve enseguida que las profesiones que vinculan a la universidad con la sociedad dentro de los parámetros de su progreso económico y de su bienestar material forman un ramo privilegiado, al menos en el sentido que sigue: rara vez la sociedad se ha preguntado qué es lo que estudian o a qué se dedican, por ejemplo, los estudiantes de medicina o de arquitectura; todo el mundo acepta que los primeros se forman para ofrecer, andando el tiempo, un servicio sanitario imprescindible -curar un resfriado, ahorrarle a uno las molestias de una colitis ulcerosa o vacunar a la población contra la viruela- y que los segundos se preparan para levantar edificios que guarden lo horizontal, en los que no entre el agua y que no se tambaleen.

Por el contrario, las profesiones o los estudios que desembocan en un especialista en la obra de San Agustín -sirva también de ejemplo-, un decodificador de restos de epigrafía escritos en la lengua más extraña que quepa imaginar, un investigador en la formación del espíritu burgués del siglo XIX, un apasionado traductor de la obra de Proust o Dostoyevski, un estudiante ensimismado en las claves más secretas del pensamiento de Heidegger, y, en el "peor" de los casos, un hombre o una mujer dedicados durante toda su vida sencillamente al estudio, estas dedicaciones son vistas con un enorme recelo por aquellos que, al por mayor pero con un escaso margen de error, llamamos "la sociedad".

La fundación psicosociológica de Europa está tan arraigada en el fundamento cristiano de "hacer el bien a la Humanidad" y en la ley calvinista de "hacer uno todos los negocios y enriquecerse cuanto pueda en esta vida", que no es de extrañar que, a medida que el sistema económico y el ordenamiento legal de las sociedades occidentales ha "progresado", se haya producido la tendencia, cada vez más imparable, a considerar que los representantes de la primera lista de las dos que acabo de apuntar arriba son personas deseables, socialmente y espiritualmente hablando, mientras que los representantes de la segunda lista son perfectamente prescindibles, inútiles desde el punto de vista de los actuales sistemas de producción y, en el límite, sospechosos o indeseables: se trata de una actividad residual -tan residual como deben serlo ya para mucha gente Eurípides, Jordi de Sant Jordi, Francisco de Aldana, Hume, Leskov o Paul Celan."

JORDI LLOVET, Adiós a la universidad.

Que levanten la mano los estudiantes de Letras que no se han sentido identificados al leer estas líneas. ¿Crisis económica? Al igual que Martha Nussbaum, creo que el tema es más grave: nos encontramos ante una gran crisis mundial de educación.


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Publicado por La Belle Dame Sans Merci para La isla de Calipso el 3/25/2012 02:51:00 PM
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